[Alfabeto de Évora]

El 7 de marzo de 1893 nació en Badajoz Antonio Juez. Juez fue, sin duda, un artista singular, con una personalidad compleja, profesor de la Escuela de Artes y Oficios de la ciudad, diseñador de los jardines badajocenses, escritor, periodista, ilustrador, decorador y pintor, autodidacta, místico, culto, refinado, afeminado, elegante, de delicados modales, religioso, pecador, pensador, y, según cuentan, colaborador silencioso de la dictadura franquista.

Es, probablemente, uno de los nombres imprescindibles en la cultura de nuestra Lusitania a lo largo del S. XX.

No era de extrañar, por tanto, que la Lusipedia haya tomado desde sus comienzos a Antonio Juez como patrón pagano de su proyecto. Sólo hay que recordar que el lanzamiento lusipédico se llevó a cabo un siete de marzo, el de 2009, en honor y memoria suya.

Y es Juez uno de los nombres que conforman una singular sección de la Lusipedia; El Alfabeto de Évora. Un club restringido donde se propone un recorrido por la vida y la obra (a veces es más apasionante la vida) de artistas y aventureros que de una forma más palpable definen esa filosofía de visionarios, perdedores, poetas y malditos que con tanto afán pregona la Lusipedia.

El pintor Álvaro Lapa da inicio a este alfabeto, que lleva el nombre de su ciudad, y al que también pertenecen el inclasificable Bernardo Víctor Carande, el extravagante, por exquisito, Porrina de Badajoz, Roso de Luna, el de los cometas y las noches oscuras, Nicasio Pimentel, el hombre tranquilo que decidió un día dejar de dibujar comic, Juan Barjola, el imprescindible, Timoteo Pérez Rubio, pintor también, y, sobre todo, fiel centinela de obras de arte, y que tanto empeño puso en salvar de la barbarie las joyas de los museos en aquellos días de la guerra civil española.

No podía faltar Pedro Campón Polo, el pintor solitario, músico, viajero incansable, escritor autodidacta, domador de leones, ayudante de fakir, periodista, bohemio, troskista, y que acabó sus días en un campo de concentración vasco.

El grandísimo Eugénio de Andrade y el enigmático Isaías Díaz, y Federico Cabo, aquel cantante que en 1965 ganó en Benidorm, y Josán, el cartelista de cine que puso a Mérida en el mapa de los bulevares hollywoodienses, cuentan también con su pequeño espacio reservado en esta biblia del desasosiego.

También lo tienen Ildefonso San Félix Mangas, el actor del que ya no nos acordemos, Felipe Trigo, el voyeur decadente y simbolista de las Vegas Altas, García-Plata de Osma, Don Lívido, como le llamaban en Alcuéscar y al que tanto debemos aunque no lo queramos admitir o Casimiro Ortas, el zarzuelero de Brozas.

Y por supuesto no nos podemos olvidar, y no nos olvidamos, de nuestra inolvidable Florbela Espanca.